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27 No se puede dar marcha atrás al reloj, pero sí se le puede dar cuerda nuevamente.   por   puntoedu
 
 
AnaAbregu 11/14/2011 | 07:06:24 p.m.  
 
El otro Joyce
Presentación de libros de escritores Argentinos.
Tags:
  El otro Joyce   Roberto Ferro   escritor Argentino   literatura latinoamericana   novela   escritores argentinos   literatura   crítica literaria
 

Esta es la transcripción de la presentación del libro El Otro Joyce, del escritor Roberto Ferro, en el salón de la Fundación Descartes, el pasado 25 de octubre.

Presentación de El otro Joyce

 
En el anuncio que invita a la reunión de esta noche se lee que Ezequiel De Rosso y yo “acompañarán” a los autores.
El verbo acompañar, está para mí ligado a la anécdota que una vez contó un bandoneonista de Aníbal Troilo.
Una noche después de un show habían ido a comer a Chiquilín, en el centro de de Buenos Aires. Era época de alguna dictadura, así que no les extrañó ver entrar a una comisión policial que comenzó a pedir los documentos de identidad a los presentes. Troilo ya había recibido su plato de fideos y comía concentrado, sin levantar la cabeza, cuando los policías llegaron hasta su mesa. Todos, menos él, se levantaron y mostraron sus documentos. Troilo seguía comiendo, hasta que un policía le tocó el hombro y le dijo: - Documentos por favor.
Entonces Troilo giró la cabeza hacia arriba y preguntó:
-                      ¿Qué?
-                      Documentos, por favor –repitió el agente de policía.
-                      No tengo –contestó Troilo y siguió comiendo.
-                      Entonces me va a tener que acompañar –interrumpió el agente.
Troilo hizo una pausa, apoyó las manos en la mesa, se retiró hacia atrás sin levantarse de la silla, tomó el bandoneón que estaba a su lado, lo puso sobre sus piernas y dijo:
- Como no, maestro, ¿en qué tono?
 
De esas 2 acepciones del verbo acompañar, en que radica la gracia de la anécdota, voy a estar más cerca de la que utilizó Pichuco, digamos que intentaré una introducción a la novela de Roberto Ferro, alejándome de la interpretación policial de ese “acompañar”, no porque la novela no sea de cierta manera subversiva, ni porque Ferro no sea un delincuente, que de alguna otra manera, según veremos también lo es.
Mi introducción, considerando mis propias limitaciones, estará más cerca del acompañamiento musical y lleva por título El otro Ferro.
 
El otro Ferro
 
Harto conocido por todos es el Roberto Ferro ensayista, crítico literario, profesor. Ese Ferro en los últimos años ha producido un verdadero récord en materia de publicaciones: desde el año 2003 hasta aquí ha publicado cinco libros:
1.- Onetti/La fundación imaginada – La parodia del autor en la saga de Santa María, en el año 2003.
2.- El volumen VIII, Macedonio, de la Historia crítica de la literatura argentina, del cual fue Director en el 2007.
3.- Derrida. El largo trazo del último adiós, en el 2009.
4.- De la literatura y los restos, prólogo de Noé Jitrik, Liber, en el 2009.
5.- Fusilados al amanecer – Rodolfo Walsh y el crimen de Suárez, Buenos Aires, en el  2010.
A esa lista deberíamos agregar una segunda edición de
1.- Onetti/La fundación imaginada – La parodia del autor en la saga de Santa María, segunda edición, con prólogo de Liliana Reales, Corregidor, Buenos Aires, 2011.
Dos libros traducidos al portugués y al italiano (De la literatura y los restos y fusilados al amanecer). 
1.- Da literatura e dos restos, prólogo de Raúl Antelo, traducción al portugués de Jorge Wolff de De la literatura y los restos, Florianópolis, Editora ufsc (Universidad Federal de Santa Catarina).
2.- Fucilati all'alba traducción al italiano de Agnese Guerra de Fusilados al amanecer, Nápoles, (en prensa).
Y otros tres libros más:
1.- Edición crítica y prólogos de Operación Masacre seguido de La Campaña periodística, de Rodolfo Walsh Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2009, pp. 320.
2.- Edición y prólogo, con Liliana Reales, de Os anos de Onetti na Espanha, Florianópolis, Letras Contemporáneas, 2010,
3.- Edición y prólogo de Verde es toda teoría de Noé Jitrik, Buenos Aires, Liber Ediciones, 2010.
Son 11 libros en ese período que va desde el 2003 hasta hoy. Esa es parte de la producción del Roberto Ferro más conocido. Pero hay otro. Que ha elegido para su novela el nombre El otro Joyce.
Ya en el título hay una verdadera declaración de principios y un adelanto.
Habrá un Joyce distinto al famoso autor del Ulises. Habrá una intriga relacionada con Borges respecto de un ejemplar del Finnegans Walk, y una trama que irá sumando enigmas, pero sobre todo, y como si se tratara de una copia a los dos Ferros, el ensayista, crítico, profesor y doctor que conocemos y el novelista que se estrena y a su vez inaugura la colección La orilla Parda, habrá duplicidades aquí y allá en la novela.
En principio adelantemos que hay dos tramas principales, digamos, dos misterios. Tratándose de un policial, por supuesto hay una muerte, y tratándose de éste policial en particular, hay dos.
Como en los mejores policiales, las intrigas se perfeccionan, hay una versión oficial que deja hilachas sueltas de la realidad para quien quiera tejer con los sobrantes el tapiz que descubra una forma de la verdad. Todo eso pasa en el centro de la escena mientras por detrás se lee la fiesta menemista que apenas disimula la corrupción del sistema político y económico, los grandes negociados y el rumbo inexorable de desastre y pobreza que dejará como resultado una vez que los invitados más conspicuos se hayan regresado a sus mansiones.
 
Jorge Cáceres, el narrador, es estrábico, por lo tanto tiene dos visiones al mismo tiempo. Y tiene una oficina, una sola, que en algún momento comparte, es decir una oficina y dos usuarios,  donde se dedica a dos pares de servicios: marcas y patentes por un lado y búsqueda de libros y personas, por el otro. Hay dos inventores, Fausto López y Alcides Iannicelli. Y no son los únicos ejemplos de duplicidad, El mismo Jorge Cáceres, en la novela actúa de alguna manera como doble agente, cruza su camino con un poderoso empresario o con su doble, y se debate en torno a los dos Joyce, James y William Joyce. Para terminar con los ejemplos de duplicidad diremos, sin adelantar el final, que una pista importante gira en torno del nombre Pippo, que, como todos sabemos, cuenta con 2 sucursales en la misma manzana de Buenos Aires.
 
En el comienzo de la novela los personajes circulan por tonos y ambientes de que han caminado, en otros tiempos los personajes de las novelas de Arlt, de Onetti o de Piglia.
Pero de pronto la trama lo lleva a Cáceres desde el microcentro y la oficina compartida a los glamorosos escenarios de Europa. Ese tipo de conflicto que late escondido por los hoteles cinco estrellas, el ambiente de los autos caros y las modelos de moda, los autos de moda y las modelos caras. Un lujo peligroso, como el de las novelas de Patricia Highsmith, donde puede decodificarse el menemismo, o algún empresario de la época a lo Yabrán.
Más adelante los sucesos llevan al narrador a zambullirse en especulaciones que lo obligan a transitar la senda de la crítica literaria, lo que nos fuerza a preguntarnos si la inscripción de la crítica en la novela implica una toma de posición respecto de la unidad de lo literario, incluyendo la crítica de manera explícita dentro de la ficción.
 
 
Ese cruce podría significar el encuentro de los dos Ferro, sin embargo, hay marcas en el texto que desmienten cualquier convivencia pacífica entre uno y otro.
En forma desordenada y fuera de contexto he extraido de El otro Joyce unos pocos párrafos que aparecen en boca de distintos personajes que ayudan a entrever la puja a la que hago referencia:
“Así es que diferí mi papel de mandadero y me propuse una indagación crítica. Jamás he escrito ni escribiré crítica literaria, pero de alguna manera este desvío me justifica siquiera misteriosamente y también, por qué no, de manera rudimentaria; habiéndome recordado reflexivamente estos protocolos, me dispuse a elaborar algo así como el estado de la cuestión.”
Sigue más adelante: “Al releer las líneas anteriores rechazo cierto tono de ensayo académico, pero me salió así;”
Define al novelista:
“un novelista es alguien que finge que no finge. Permanentemente traiciona lo que lee, lo desvía; hay como un exceso en la interpretación de los procesos y documentos históricos. Hay cierta bifurcación en esas lecturas, una manipulación escandalosa y obsesiva del dato, de la circunstancia, de lo que los historiadores llaman, a veces, los hechos.”
En otra parte:
“El secreto de un relato reside en su anuncio de que en un cierto futuro no muy lejano se ha de alcanzar por fin la consistencia de la revelación, su identidad última tiene la forma de un oscuro deseo por investigar la postergación de lo oculto. En esta instancia de su recorrido mi escritura ya no aspira a una verdad auténtica, sino a la confirmación de que la clausura, el descubrimiento del secreto, es sólo posible por la vía de un remate artístico. “
También dice, y yo lo interpreto como una referencia a la novela misma:
“la significación del espíritu está más allá de las constricciones del mercado”
y: “Estoy convencido de que vale la pena animarse a fracasar de un modo tan personal, a uno lo pone a salvo de tanta banalidad exitosa.”
Pero también dice reivindicando la crítica:
“me fascinó pensar en un lector como Borges que durante mucho tiempo, -llegaba a calcular un lapso que abarcaba casi quince años-, haya buscado penetrar en los desfiladeros del sentido, insistiendo, variando y recomponiendo una y otra vez el texto y sus márgenes.”
Y a la vez ataca al policial: “—Nunca he podido llegar al final de una novela policial, cada vez que lo he intentado, y eso fue ya hace muchos años, la dejé porque me aburría, no entendía los supuestos de los cuales partían ni cómo organizaban los argumentos.”
Acaso en esta otra cita que valora al doble agente encontremos una pista de utilidad: “Los buenos dobles agentes son los que pueden evitar la acusación de traición; el que lo consigue, debe ser un experto en las artes del engaño y la apariencia, debe colocarse más allá del dominio de la verdad para entrar en la ficción de lo verosímil.”
 
Sin ser una novela sobre libros ni sobre escritores, se pasean por El otro Joyce varios conocidos: James Joyce, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Juan Carlos Onetti, Roberto Arlt, Pessoa, Edgardo Rodríguez Juliá, Ricardo Piglia, Denzil Romero, Tomás de Mattos y Julio Escoto.
 
Me propongo sostener ahora la imputación criminal que hice contra Roberto Ferro. El imputado escribió en la Introducción al volumen de Macedonio en la Historia crítica de la literatura argentina:
“El interrogante también produce una cierta fascinación que acerca la tarea de la crítica literaria a una simetría metafórica que ha tenido gran aceptación en el siglo XX: establecer un paralelismo entre el crítico figurado como un detective y el escritor como un criminal; ecuación teórica que culmina con la idea de que la novela policial es una forma ficcional cifrada de la crítica literaria. Si bien hay una serie de correspondencias que son productivas en esta comparación, por una parte la del crítico como un investigador, que a partir de un conjunto de saberes rastrea indicios que le permiten alcanzar finalmente las variables del sentido y por otra, la correlación con el criminal como el que transgrede la ley, no deja de ser atractiva para pensar al escritor y al texto literario como instancias en las que la ley de la lengua es sometida a desbordes para significar más allá de la norma.”
Continúo citando a aquél Ferro pero en otra intervención: “Cada vez que se ponen en juego los protocolos de la narrativa policial, hay un gesto distintivo que caracteriza la relación entre lector y texto, ese gesto es el desafío, el juego que constituye el misterio o el enigma planteado en el inicio y dilatado a lo largo de la trama, implica una competencia entre el lector y el detective, o quien está encargado de resolverlo en la ficción.
Ese desafío no supone identificación, es decir que el modo de lectura que el lector despliega frente al texto lo lleve a cumplir con el mismo rol que el personaje que está investigando el crimen; lo que afirmo es que el lector de policiales debe, necesariamente, ser un lector activo, que se ponga un paso más acá o más allá de la repetición para leer la diferencia.
Finalmente, puede ser que haya lectores críticos que pretendan develar el secreto, es más, una masa considerable de la crítica asume como propia esa función, lo que no significa que esa postura ideológica, permita definir al conjunto de la actividad.
Dice Gilles Deleuze en Crítica y Clínica: El problema de escribir: el escritor, como dice Proust, inventa una lengua nueva, una lengua extranjera en cierta medida. Extrae nuevas estructuras gramaticales o sintácticas. Saca la lengua de los caminos trillados, la hace delirar.”
En el caso de Ferro, esa transgresión lo convierte sin dudas en un criminal.
Dado que su crimen es original (ha perfeccionado una forma), no se encuentra tipificado. Por lo tanto seguramente lejos de sufrir castigo alguno, se le agradecerá el placer que la lectura de El otro Joyce proporciona.
Finalmente y para acercar a un Ferro y al otro, diré que en El otro Joyce leemos una historia que es el monograma de varias historias, un injerto múltiple en el que se encastran una en las otras, una inserción escondida y revelada inscripta en un molinete improbable en el que todas las posiciones son sucesivas y simultáneas a la vez. La escritura y cualquier otra forma de representación, “parece decir” Ferro, para acercarnos ya no a la verdad última y unívoca de la realidad, sino al menos a las cercanías de alguna certeza, tiene un único camino interminable, el de la lectura atenta de las formas que presentan sus simulacros, sin descartar ninguno, incluso aquellos que en su precariedad y simpleza se autodenominan fieles a lo real.
Creo que en la escritura de Roberto Ferro –tanto en el espacio de ésta ficción literaria que tenemos fresquita frente a nosotros, como en el resto de su obra- se plantean las mismas preguntas acerca de la posibilidad y los límites del conocimiento humano; el punto de convergencia entre los dos registros reside en la explicación de aquellos filtros sin los cuales nos resulta dificultosa la visión pero que al mismo tiempo son portadores de opacidades y deformaciones que nos alejan de toda certeza de una percepción unívoca. Ferro se propone trastornar los procedimientos con que los saberes dominantes recogen y ordenan los datos, configuran los archivos canónicos y establecen las jerarquías del conocimiento, perturbando las seguridades legitimadas con un modo de inquisición fundado en la irreverencia de la imaginación creadora.
 
Roberto Gárriz
Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
 
 

 

Ana Abregú.

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